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22/10/10

Las lágrimas quieren aflorar de mis ojos, mi mente llama a la reflexión. Pero no será uno de esos balances de situaciones cotidianas. Esta vez no. Hoy es distinto, hoy miro hacia atrás todo el camino hecho.
Miles de imágenes grabadas en mi retina se proyectan dentro de estas cuatro paredes. Cada una recrea un momento vivido, como cada una de las escenas de una película. Y como tal, no carece de sonido.
Se oyen voces, primero las voces de aquellos que ya no están. Bah, su cuerpo no está, puesto que sus almas nos acompañan en el día a día. Son sus palabras, las que oí en la niñez. Diviso esas caras diciendo que todo va a estar bien, susurros que anticipaban que la vida iba a ser dura, pero que no hay que darse por vencido. Me veo a mí de chica, puedo sentir lo feliz que era en esa época. Con todos.
También puedo oír a aquellos que siguen acá, en este mundo. Pero que están, en cierta forma, distantes. Amigos, amigas. Distingo esas promesas que nunca se cumplieron, esos para siempre que se terminaron y esos nunca que llegaron.
Sin embargo también puedo escuchar aquellas palabras que me llenan el alma, esas que están cargadas de esperanza, de aliento.
Tanta gente pasó por mi vida. Algunos para dejarle una marca eterna, otros para hacerme sonreír, para que aprenda lo que es derramar llanto, para hacerme sentir diversas sensaciones de todos los tipos, colores, tamaños, intensidades. Con mayor o menor influencia, todos me enseñaron algo. Las personas aparecen en nuestro camino por algo, porque así debe ser.

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